Insomnia


El roce de las sábanas, que varias horas antes había encontrado agradable y placentero le resultaba ahora agobiante e incómodo. Sentía sus piernas irradiar calor como si su cuerpo aumentase de temperatura a su antojo.

     Se giró de nuevo; sentía el cansancio acomodándose en la base de su cuello, prediciendo un día de molestia vertebral. Se levantó, notando el corazón palpitar con fuerza y encendió la luz. Sus ojos se mantenían igual de abiertos que cuando se había tumbado, tan sólo su ánimo continuaba apagándose con el paso de los minutos.

     Cogió el libro que descansaba sobre la mesa de noche y se dirigió al salón. A través de la puerta corredera que daba al balcón se podía apreciar el extenso parque al otro lado de la acera.

     Echó un vistazo al reloj; las cinco de la madrugada. Exhaló un suspiro de desesperación y se tumbó en el sofá, cubriéndose con la manta. Su pulso aumentó de nuevo a medida que el calor aumentaba bajo la manta.

     Se quitó la ropa, dejando que la tela fuese lo único que rozase su piel desnuda. A medida que pasaban los minutos sintió una sensación nueva; alivio, libertad. Cogió el libro y comenzó a ojearlo. Las hojas estaban cubiertas de fotos y pequeñas anotaciones con dibujos; las migas dejadas por una feliz vida en pareja.

     Pasó varias hojas y su mirada se encontró frente a una foto que mostraba a un hombre de recortada barba cargando con una sonriente Alyssa.

     Peter se frotó la barbilla, sintiendo la barba que había continuado creciendo hasta alcanzar un frondoso espesor que a ella nunca le habría gustado; sin embargo, había más cosas en él que nunca le habían agradado.

      Le habría encantado saberlas, le habría encantado sentarse frente a ella tomando un té y decirle cuéntame qué no te gusta y lo cambiaré, pero no tuvo la oportunidad.

     Volvió la mirada hacia la fotografía y arrancó la hoja. Comenzó a cortarla en pequeños trozos, dejándolos caer en el suelo. Continuó el mismo proceso con el resto de hojas; viajes, aniversarios, regalos. Encontró una rosa que ella le había regalado en su primer aniversario. La arrancó y estrujó con firmeza, convirtiéndola en un fino montón de polvo.

     Volteó la cabeza hacia el suelo lleno de trozos de papel y dejó caer el libro. La presión en su pecho había comenzado a descender.

     Ella no había querido sentarse a hablar con él, no le había concedido la oportunidad de preguntarle qué iba bien y qué iba mal, simplemente eligió renunciar a ambas.

Peter apagó la luz y se envolvió en la manta. Las farolas de la calle alumbraban todo el salón, pero el cansancio al fin había acudido a visitarlo. Dejó que lo engullese, pensando únicamente en que mañana no sería otro día, sino uno nuevo.